Un iPhone de 1995


Hace unos días comentaba orgulloso en Twitter que había tenido la suerte de comprar en GAME un ejemplar de The Dig por la simpática y maravillosa cifra de dos euros.

Contento por el hallazago noventero oculto en lo más profundo de los saldos, me acerqué al mostrador donde el típico frikivendedor esperaba con ansiedad algo que llevarse a la caja registradora. Sin mediar palabra le entregué el juego, esperando con curiosidad su reacción:

– Anda, ¿y esto… qué es? –dijo mientras miraba las fotos del reverso-.

– Es… Una aventura gráfica de los noventa, de LucasArts y con historia de Spielberg –intentando hacerle ver que la cosa merecía la pena-.

– Ah, qué bien -torciendo la boca con la incredulidad del que piensa «hay gente para todo»-. ¡Dos euros, quién dijo que los videojuegos eran caros!.

– Je, je, pues sí… ಠ_ಠ

Hay que joderse.

Por si nunca habías oído hablar sobre el juego, The Dig es una de las últimas aventuras gráficas de la edad de oro del género; aquella que sacó el máximo partido a esos feos ordenadores del primer lustro de los noventa. Sus rasgos más destacables son sus gráficos dibujados a mano, su música y ambientación y, sobre todo, la historia de ciencia-ficción ideada por Steven Spielberg y desarrollada por Orson Scott Card.

El protagonista sostiene algo familiar entre las manos...

Dicho todo esto iré al tema central de la entrada. Resulta que ayer me dispuse a probarlo y en la introducción algo me puso los ojos como platos: el protagonista saca un aparato para comunicarse con el transbordador que tiene una pinta muy familiar…

La pantalla inicial del flamante PenUltimate, juguetito del futuro.

La agenda, llena de colegas de parranda y tías facilonas

Videollamada en curso... Eso sí, en un blanco y negro muy futurista.

Táctil, videollamada, poco grosor, diseño minimalista, bordes redondeados… Leches en vinagre, what the fuck ¡es un iPhone 4G!:

Vale que la predicción sea sólo con doce años de diferencia pero no deja de ser una gran sorpresa teniendo en cuenta el avance y evolución que las comunicaciones han sufrido en esta última década. (Y sólo hablo del apartado tecnológico… El estético está clavado.)

Quizás sea casualidad, quizás era algo muy predecible o quién sabe si es que los jefes de producto de Apple jugaban en su época a The Dig y además tienen por máxima que el futuro ideado en el pasado es, en realidad, el ahora.

Nota: he encontrado en YouTube la intro del juego en español… Así podéis verla 😉

Los vídeos de Vodpod ya no están disponibles.

(La verdad es que algunos doblajes podían haber sido mejores, pero bueno, algo es algo).

¿Internet? Bah!


<<Luego está el negocio en la red. Nos han prometido compra instantánea por catálogo, grandes chollos a apenas un clic de distancia. Compraremos billetes de avión por la red, haremos reservas en un restaurante y negociaremos ciber-contratos de ventas. Los grandes almacenes quedarán obsoletos. ¿Entonces por que mi supermercado vende más en una tarde que todo Internet en un mes? Incluso aunque existiera un método fiable de enviar dinero a través de internet –que no lo hay– la red adolece de uno de los ingredientes más esenciales del capitalismo: el vendedor.>>

The Internet? Bah!, Clifford Stoll
(Newsweek, 1995)

Vía (Maikelnai < Neatorama < Newsweek)

Arturo Pérez-Reverte, gurú económico y profeta


<< (…) Son tan expertos que siempre terminan por hacerlo suyo; porque siempre ganan ellos, cuando ganan, y nunca pierden ellos, cuando pierden.

No crean riqueza, sino que especulan. Lanzan al mundo combinaciones fastuosas de economía financiera que nada tiene que ver con la economía productiva. Alzan castillos de naipes y los garantizan con espejismos y con humo, y los poderosos de la tierra pierden el culo por darles coba y subirse al carro.

Esto no puede fallar, dicen. Aquí nadie va a perder; el riesgo es mínimo. Los avalan premios Nóbel de Economía, periodistas financieros de prestigio, grupos internacionales con siglas de reconocida solvencia. Y entonces el presidente del banco transeuropeo tal, y el presidente de la unión de bancos helvéticos, y el capitoste del banco latinoamericano, y el consorcio euroasiático y la madre que los parió a todos, se embarcan con alegría en la aventura, meten viruta por un tubo, y luego se sientan a esperar ese pelotazo que los va a forrar aún más a todos ellos y a sus representados.

Y en cuanto sale bien la primera operación ya están arriesgando más en la segunda, que el chollo es el chollo, e intereses de un tropecientos por ciento no se encuentran todos los días.

Y aunque ese espejismo especulador nada tiene que ver con la economía real, con la vida de cada día de la gente en la calle, todo es euforia, y palmaditas en la espalda, y hasta entidades bancarias oficiales comprometen sus reservas de divisas. Y esto, señores, es Jauja.

Y de pronto resulta que no. De pronto resulta que el invento tenía sus fallos, y que lo de alto riesgo no era una frase sino exactamente eso: alto riesgo de verdad. Y entonces todo el tinglado se va a tomar por el saco. Y esos fondos especiales, peligrosos, que cada vez tienen más peso en la economía mundial, muestran su lado negro. Y entonces -¡oh, prodigio!- mientras que los beneficios eran para los tiburones que controlaban el cotarro y para los que especulaban con dinero de otros, resulta que las pérdidas, no.

Las pérdidas, el mordisco financiero, el pago de los errores de esos pijolandios que juegan con la economía internacional como si jugaran al Monopoly, recaen directamente sobre las espaldas de todos nosotros. Entonces resulta que mientras el beneficio era privado, los errores son colectivos y las pérdidas hay que socializarlas, acudiendo con medidas de emergencia y con fondos de salvación para evitar efectos dominó y chichis de la Bernarda.

Y esa solidaridad, imprescindible para salvar la estabilidad mundial, la pagan con su pellejo, con sus ahorros, y a veces con sus puestos de trabajo, Mariano Pérez Sánchez, de profesión empleado de comercio, y los millones de infelices Marianos que a lo largo y ancho del mundo se levantan cada día a las seis de la mañana para ganarse la vida.

Eso es lo que viene, me temo. Nadie perdonará un duro de la deuda externa de países pobres, pero nunca faltarán fondos para tapar agujeros de especuladores y canallas que juegan a la ruleta rusa en cabeza ajena.

Así que podemos ir amarrándonos los machos. Ése es el panorama que los amos de la economía mundial nos deparan, con el cuento de tanto neoliberalismo económico y tanta mierda, de tanta especulación y de tanta poca vergüenza.>>

Arturo Pérez-Reverte, Los Amos del Mundo.
El Semanal, 15 de Noviembre de 1998.

*Trivia: como columnista de opinión (y por lo visto, profeta) no tiene precio. Tampoco lo tiene como novelista 😉